Aleksandr Sokurov: el cine que respira, palpita, duele y cuestiona.


En las últimas semanas he tenido la posibilidad de volver a encandilarme con Aleksandr Sokurov tras ver Faust (2011), re-visionar el Arca Rusa (primer largometraje realizado en plano secuencia real, es decir: en una sola toma sin interrupciones de unos 90 minutos, en 2002) y de descubrir las Series Militares en el MACBA.

Me fascina encontrar películas diferentes, a estas alturas de la historia del cine, que hayan sabido encontrar su propio lenguaje, su trasfondo personal y sus obsesiones únicas e intrasferibles. En Faust, Sokurov me ganó desde el principio con su encuadre cuadrado y su dirección de fotografía. En El Arca Rusa me tenía fascinada desde que supe que había conseguido casi lo imposible en tiempo «real» y haciendo saltos en el tiempo «histórico». Si después, para algunos, sus películas se hacen lentas o corren el riesgo de caer en lo pretencioso… ¿qué puedo decir? A mí no me lo parece. Pero, aunque así fuera, a un autor de su talla, personalmente, le hago las concesiones que sean necesarias.

Sé que el cine de Sokurov es complejo y denso, pero me fascina su tratamiento del espacio, del tiempo, de la historia y del arte, y he de reconocer que  me rindo a sus pies en determinados momentos en los que la luz escribe poesía con las sombras en la pantalla. Para mí, es un maestro de la imagen y un autor capaz de hacer un cine filosófico que no será para todos los públicos, pero que tiene un público deseoso de ser cuestionado entre fotogramas magistrales. Los gustos están para los colores…

Aunque no debería, me sorprende que se refieran al último premio que le dieron (león de oro en Venecia por su Fausto) como cuestionable o polémico. Estoy cansada y harta de algunos «incuestionables» «maestros» del cine que se repiten a sí mismos y de algunas «claras» supuestas «obras maestras» que son aburridas, feas (que no feistas), presuntuosas y carentes de sentido. Estoy agotada de ejercicios fatuos y supérfluos plagados de fuegos artificiales y lugares comunes… Por eso mismo: agradezco profundamente la magia de unas imágenes fascinantes en las que podría quedarme encandilada durante horas y me encanta salir de una sala de cine o de un museo con preguntas que me acompañarán durante mucho tiempo.

Sokurov es un autor carismático, capaz de hacer suyo al Fausto de Goethe, el museo Hermitage, las relaciones familiares o la guerra y convertirlos a todos en sus temas, poniéndoles su sello y dejándoles su impronta. Nunca un Fausto fue más carnal ni el Hermitage estuvo más vivo, ni la guerra fue tan cotidiana, ni un hijo cargó de manera más humana con su madre.

Trailer El Arca Rusa, Alexander Sokurov

Las películas de este artista ruso, tanto las documentales como las de ficción, están vivas porque son viscerales, respiran, palpitan, supuran… e incluso duelen por su crudeza y por la brutal honestidad con la que plantean diálogos errantes sobre temas existenciales. Sokurov es habitualmente trágico, a veces resulta divertido, con frecuencia errático y siempre ahonda en el sentido último de las cosas… algo que lo convierte en un artista imprescindible.

A veces mis alumnos me preguntan en qué se diferencia una obra de arte de algo que es simplemente estética o creativamente «resultón». Yo siempre he defendido que en toda obra artística ha de haber algo más: una punzada, un pálpito o un latido incontrolables. Un artista debería movernos algo en la cabeza, en el corazón o en el alma. Una experiencia artística no debería dejarnos indiferentes: debería cuestionarnos, sacudirnos, motivarnos, dolernos o hacernos explosionar por dentro… pero nunca, jamás, debería dejarnos exactamente igual.

Como siempre, los alumnos afirman aquello de que a cada uno le mueve o le interesa algo diferente… y yo siempre respondo que en un porcentaje alto es así, pero que siempre hay algunos artistas, algunas obras y ciertos temas que nos impactan a todos… aunque sea con diferente intensidad.

Yo creo que Sokurov está entre estos prodigiosos autores que nos increpan, fascinan, cuestionan o asquean (aquí sí que hay variedad de respuestas). Pero la indiferencia ante su obra me parece improbable: se le ama, se le adora, se le odia o se le detesta. No puede ser de otro modo:  ¿Cómo permanecer impertérrito ante el asco, la náusea y la víscera de su Fausto? ¿Cómo no encandilarse con ese plano secuencia imposible con el que recorre el Hermitage mientras narra la historia de Rusia y al mismo tiempo cuestiona temas como las herencias culturales o la identidad en «El Arca Rusa»? ¿Cómo no rendirse ante la humanidad decadente y desgastada a base de esperas y monotonías de los soldados en guerra de sus Series Militares (por ejemplo en sus «Voces espirituales. De los diarios de guerra«, 1995) y ¿cómo no dejarse atrapar por los cuestionamientos existenciales de personajes tan peregrinos como el mismo autor (Elegía de un viaje), un capitán de barco (Confesión. Del diario del comandante, 1997) o un viajero del tiempo (El Arca Rusa)?

Yo, desde aquí, quiero darle también mi pequeño homenaje y agradecimiento: por fascinarme a menudo y cuestionarme siempre. Gracias por demostrar que nada ha muerto mientras existan los creadores, los artistas, los autores y los genios. Gracias por las luces teatrales, por las sombras desesperadas, por los silencios amargos y la música cargada de sentimiento. Gracias por agradecer en las entrevistas a los espectadores el tiempo de estas vidas breves y únicas que dedicamos a su obra…

Porque a las preguntas intempestivas adquiridas en sus obras, ahora sumo la trágica constatación de que estaba menos muerta cuando comencé a verlo, a pesar de sentirme más viva después… y eso también abre otros centanares de cuestionamientos interesantes sobre cómo vivimos, a qué dedicamos algo tan precioso y escaso como nuestro tiempo, qué sentido tiene todo esto o cuál es la sensación subjetiva de lo vivido, de lo que queda por vivir y cómo puede cambiar todo de significado con el paso del tiempo…

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